Por Alberto Buela (*)
El concepto de Estado supone el de lo político, que no es lo mismo que la política. Por lo tanto el Estado se dirige a expresar la dimensión del poder explícito, en tanto que la política a la actividad del hombre para organizar la sociedad.
Lo político es lo permanente se dirige a la esencia del poder y es entonces una categoría peculiar del “ser”. La política es lo perecedero, la actividad del hombre para organizar lo político y como tal pertenece al domino del “hacer”.
El renombrado pensador griego contemporáneo Cornelius Cartoriadis pudo afirmar al respecto: “los griegos no inventaron lo político en el sentido en el sentido de la dimensión del poder explícito siempre presente en toda sociedad, inventaron o mejor dicho crearon la política como la ciencia que organiza dicho poder” .
Cuando Alberdi para Argentina y Bello para Chile pensaron la forma de Estado para sus respectivos países no tuvieron la dimensión de lo político en cuenta, sino que se manejaron a nivel de la política. Esto es, pensaron más bien en la organización de la sociedad. Y así la pensaron con los ojos y los condicionamientos de su tiempo.
La ideología liberal presupuesto filosófico sobre el cual se constituyeron los Estado-nación de Iberoamérica, los pensó a éstos como “algo sustancial”, pétreo e inconmovible. Ignorando que el Estado es una creación histórica que se remonta a los albores del Renacimiento. El Estado no es eterno, otra forma de unidad política puede reemplazarlo, como él mismo sucedió al feudalismo, quien a su vez lo hizo sobre el régimen de la República de Roma, la que reemplazó, a su turno, a la basileia helenística de los años de Alejandro Magno, quien sucedió a la polis griega.
El error de Marx y los marxistas es creer que el debilitamiento del Estado es el debilitamiento de la política. Por el contrario, si el Estado desapareciera la política continuaría (por ser inherente a la naturaleza humana: el hombre es un zoon politón, Aristóteles dixit), en una nueva estructura que no sería estatal.
El error de los liberales y su propuesta de Estado mínimo, es creer que el poder lo puede administrar la sociedad civil, porque en definitiva, ellos creen que en la organización y administración de la cosa pública se agota el tema del poder. Descreen en la distinción fundamental entre la política y lo político.
De lo que se tendría que lograrse en nuestros días es el intentar dar con las relaciones que determinan en su realidad intrínseca la auctoritas y la potestas en Iberoamérica hoy.
Entendiendo por autoridad el crédito de que goza alguien (personas o grupos) por su sabiduría o virtud y el poder como la capacidad de lograr la obediencia de los otros. Este poder puede estar fundado o no en la auctoritas, en el caso del orden republicano de nuestros países de América del Sur, el más profundo y sagaz pensador político boliviano, Carlos Montenegro (1904-1953), afirmó: la extraordinaria proliferación del motín se alimenta de un antagonismo incurable y fundamental no resuelto por la guerra de la Independencia. Un antagonismo que ha quedado en el subsuelo de la República a manera a manera de simiente apenas recubierta por la capa de tierra del orden republicano. Sus brotes múltiples y reiterados evidencian que se trata de una vegetación propia de la tierra y del clima, esto es, del medio constitucional que la hace viable en vez de extirparla. El motín es, en otras palabras, una de las formas de expresión que toma la lucha de las dos tendencias – la colonial y la nacional – desde la fundación de Bolivia ....La continuidad del conflicto muestra que no se trata de una simple disputa por la posesión del mando. De implicar esto, la contienda se habría resuelto por acuerdo de partes en las mismas esferas del poder... su antagonismo es cosa de sistemas de vida y no de intereses concretos e inmediatos. Una de las tendencias representa las corrientes nativas autonomistas. La otra, las corrientes foráneas de dominio. Las dos adoptaron la divisa republicana durante la guerra de la Independencia, porque las dos pretendía arrancar al país de manos de España, pero sus finalidades republicanas eran sin embargo distintas. La tendencia nacional buscaba la libertad para la nación misma y una efectiva soberanía. La otra sólo aspiraba a la Independencia a fin de eliminar a los españoles para sustituirlos en el goce de sus privilegios”
Este es, por antonomasia, el conflicto político estadual de la realidad histórica de Nuestra América: somos entitativamente algo diverso y distinto de aquello que hemos adoptado para representarnos.
(*) arkegueta, eterno comenzante
NOTAS:
1- Castoriadis, C.: Le monde morcelé, Seuil, Paris, 1990, p.125.
2- Montenegro, Carlos: Nacionalismo y coloniaje, Pleamar, Buenos Aires, 1967, p. 71/72
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