Por Silvio H. Coppola
Cuentan que hace muchísimos años, vivía en un lejano país, un rey que poseía todo lo que pueda desear el hombre en cuanto a bienes personales y poder, pero que sin embargo no era feliz. Fue así que consultó a los sabios de su reino, acerca de lo que era necesario para llegar a la felicidad. A una felicidad plena y no de forma parcial, como el rey consideraba que era la suya.
Los sabios dudaron y no atinaron a dar una respuesta concreta, ya que si bien mencionaban muchos factores que hacen a la felicidad o supuestamente a ella, no se ponían de acuerdo en cuanto a cómo lograrla en forma cabal.
Y desde luego, mucho menos si la buscada fuera permanente. Así fue, que con el consentimiento del rey, viajaron por todos sus feudos, para preguntar al pueblo si era feliz y en ese caso, en qué consistía su felicidad y cómo habían hecho para lograrla. Pasó el tiempo y no encontraron a nadie que fuera enteramente feliz.
A unos por una cosa, a otros por algo, pero la cuestión era que no obtenían respuesta acerca de lo que querían saber. Cuando ya desistían de su investigación y habían llegado a la conclusión, que nadie era enteramente feliz, encontraron a un hombre echado en el suelo, en una esquina de un pobre pueblo, que ni siquiera tenía camisa que le cubriera el torso.
También fue interrogado y puesto de pié, respondió a los inquisidores que él era enteramente feliz, pues poseía todo lo que podía desear, que era la ropa que tenía puesta y que para esa felicidad, ni siquiera le hacía falta una camisa. Tomaron nota los sabios y se lo comunicaron al rey. Y la moraleja que quedó grabada, a la manera de los consejos de Patronio al Conde Lucanor, fue que el hombre feliz no necesita para serlo ni camisa propia.
Eso era un cuento, pero tenemos que tener presente, que para la filosofía hindú, la felicidad consiste en no desear nada.
Claro, nada que ver con la época actual, donde estamos inmersos en una gran sociedad de consumo, en que el valor de los seres se mide por cuánto tiene y no por cuanto vale por lo que es. Y que vamos corriendo atrás de una felicidad consumista, que como a la propia sombra, vemos que se aleja más cuándo más queremos acercarnos a ella y aprehenderla.
Y entonces viene al recuerdo otra historia, de aquél rey que poseía todo lo que había deseado y que preocupado porque los dioses envidiaran su suerte, resuelve como ofrenda, tirar su anillo al mar.
Así lo hace y pocos días después un súbdito le trae un enorme pez de regalo, que al ser abierto muestra para sorpresa y consternación del rey, que dentro de su vientre estaba el anillo ofrendado a los dioses.
Que con esta devolución, hacían saber que no aceptaban el sacrificio ofrecido y que su suerte y con ella su felicidad, estaba terminada.
Sócrates afirmaba que era un hombre sabio, porque tenía pocas necesidades y en eso estribaba la sabiduría.
Como asimismo Diógenes, que relataba que “...como los dioses no necesitan nada, los hombres más se parecen a ellos, cuando menos necesitan”.
Por eso su llamada escuela cínica, sostenía que la sabiduría, sino la felicidad, consiste en desear poco y en privarse de mucho. Estamos muy alejados de ello.
Esta vida nuestra precisa para llegar a lo que cree su felicidad, el goce de los sentidos y no la satisfacción de las necesidades intelectuales y morales.
Son épocas de la historia. Que van y vienen. Como el corsi e recorsi de la humanidad, que mencionara Juan Bautista Vico. Por eso está totalmente fuera de estos tiempos, aunque qué hermosa es, la anécdota atribuida a Diógenes, que cuando Alejandro Magno le preguntó qué deseaba que le otorgarse, contestó sencillamente que se apartara para no quitarle el sol.
LA PLATA, enero 23 de 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.