Por Silvio H. Coppola
Indudablemente la Justicia es o tiene que ser un valor fundamental de nuestras vidas. Llegar a ella ha sido siempre la aspiración de gran parte de la Humanidad. Su concepto se repite permanentemente y en el Sermón de la Montaña, Cristo declara “bienaventurados” a aquellos que tienen “. . hambre y sed de justicia”.. porque serán saciados. ¿Pero cuándo? El hombre es impaciente y es un caso límite esperar que llegue aquella, mientras es despojado de sus derechos y de su manera de vivir, mientras la plutocracia internacional lucra desmedidamente con las posibilidades que le da su dominio de los capitales. Pasando así de “ayudas” y “préstamos”, a las más desvergonzadas formas de usura.
Este aprovechamiento desmedido por parte del acreedor con relación a su deudor, ha sido rechazado en todos los tiempos por todas las religiones y creencias filosóficas e inclusive para evitar tal situación a los deudores, el pueblo judío tenía un jubileo de todas sus deudas al cabo de cierto número de años. La usura desde luego, choca contra la Justicia como valor absoluto, circunstancia ya comentada en múltiples oportunidades por autores que van desde Marco Aurelio y Séneca, hasta Kant y Del Vecchio. Así fue como el Papa Juan Pablo II, a pocos meses de llegar el año 2000, reclamó un jubileo de deudas para los “países subdesarrollados”, que inmoralmente con sus pagos, en medio de su pobreza, subvencionaban el nivel de vida de los países más ricos. Estas deudas cuasi eternas, corresponden a las DEUDAS EXTERNAS de los países del llamado tercer mundo.
La Argentina gimió y aún gime en la peor crisis moral y económica de toda su Historia. Y los argentinos pedimos Justicia. No sólo esta deberá abarcar mejores condiciones de vida para nuestra población y eliminar totalmente la pobreza con una distribución más equitativa del ingreso nacional, sino que su implantación deberá hacernos levantar la cabeza y sentirnos orgullosos de integrar la patria.
El padre Leonardo Castellani afirmaba que “. . . los funcionarios que abusan de sus cargos para tesorizar son reos de muerte”. Esta palabra “tesorizar”, ideada por el sacerdote, se refiere a aquellos funcionarios, que desde sus cargos roban y dilapidan la riqueza de cualquier país. Aquí tenemos entonces, otro problema que atañe directamente a la Justicia y a nosotros como argentinos. ¿Cómo actuar ante esos funcionarios públicos, elegidos o no, que han ocupado sus cargos principalmente para lucrar con ellos, en medio de la fantástica corrupción que no deja de sentirse sobre nuestra patria? Corrupción que asimismo nos ha precipitado a la penosa situación actual, de una manera mucho más vergonzosa y profunda. ¿No tendrían que ser ellos los que con su castigo, se demuestre que no todo es igual ni nos da todo lo mismo?
Antiguamente el ministro o funcionario de un estado, si era incompetente en su desempeño y ni hablar si lucraba con su cargo o con el sufrimiento del pueblo, era pasible no sólo de la confiscación de sus bienes, sino también de ser ejecutado. La vida podía ser el precio a pagar por sus delitos. En la Argentina, todos los que desde 1976 y desde la función pública, fueron culpables de nuestra postración económica actual –y no mencionemos siquiera de la caída moral-, gozan de total impunidad, con sólo la salvedad de un par de excepciones. A lo sumo para los que dirigieron la política económica catastrófica de todos estos años y en particular en la nefasta década de 1990 y a los que la avalaron, usufructuaron y autorizaron, para justificarse, les bastó una charla, dar una conferencia de prensa, escribir un libro o hacerse elegir legislador nacional para lograr la impunidad o aún mejor, ser parte del ejecutivo actual. Y listo... a casa, o mejor dicho al extranjero, para disfrutar impunemente de los dineros que les produjo integrar los poderes públicos del Estado. Las treinta monedas de plata que se vuelven a pagar y a cobrar.
A todos ellos habría que buscarlos y juzgarlos, para subir el primer peldaño de esa escalera llamada Justicia. Tales delitos contra la patria y contra los derechos humanos de nuestro pueblo, tendrían que entrar en la categoría de imprescriptibles. Porque si no hay ejemplos de Justicia esta no fructificará. Y buscarlos en sus refugios en nuestro suelo, del otro lado de las montañas o en cualquier lugar del extranjero. Sobre todo a aquellos que lucraron con su ubicación en sitios claves de la economía nacional y en cualquiera de los poderes constitucionales del Estado.
Es hora de proceder, porque los ejemplos para ser seguidos, tienen que llegar directamente de arriba. Eso sí va a ser entendido y creído por nuestro pueblo.
LA PLATA, abril 27 de 2011..
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