Por Emilio Nazar Kasbo
La idea de la reencarnación se está difundido en todo el mundo occidental, porque son promovidas por los medios de comunicación, que están rechazando la resurrección de Jesucristo. Hay cristianos que empiezan a hablar e incluso a creer en la reencarnación, algo que nada tiene que ver con la enseñanza de la Iglesia y con el Credo.
Según el pensamiento del extremo oriente, hay una “energía espiritual”, una “fuerza vital” del ser humano que toma forma en un nuevo cuerpo después de morir, pudiendo reencarnarse en cualquier animal o en otra persona. En Occidente, sobre todo en la secta espiritista, consideran que al fallecer una persona se reencarna en otro ser humano, ya que es el “alma” individual que continúa viviendo, siendo indistinto si es varón o mujer, idea que pretende además sustentar la convencionalidad de lo femenino y lo viril, y por tanto que es utilizada como fundamento de la homosexualidad.
Los orientales creen en el karma, por el cual las acciones de una persona tienen consecuencias en su vida posterior y en el modo de su reencarnación, considerando necesarios tanto a los elementos buenos como a los malos como integrantes del karma; e incluso consideran que existe un “karma social” que se manifiesta en generaciones futuras. Las existencias pasadas determinan los sucesivos nacimientos, y hasta que sus acciones no sean completamente liberadoras y de provecho para toda la humanidad, su “fuerza vital” continuará en las reencarnaciones. Por ello, debe liberar la “energía espiritual” de la materia y de sus ataduras al mundo, que es logrado con la renuncia al amor, a la amistad, a la felicidad, al trabajo y a toda inquietud para alcanzar la suprema nada (que ellos llaman nirvana). La reencarnación es una maldición para el budista, y el mal que causa dolor es la misma existencia del ser. Una vez alcanzado el nirvana, dejará el último de los cuerpos que tomó en la tierra, y en la aniquilación de su ser encontrará la ausencia del dolor. Tal es el sentido oriental de la persona humana y de su concepción de la reencarnación: la búsqueda de la nada para confundirse en ella.
Para los occidentales que creen en la reencarnación, no hay ninguna carga del pasado en una vida presente, ni condicionamientos para la vida futura, ya que es la persona quien construye su propio futuro en cada vida. Algunos pretenden que al final del ciclo de reencarnaciones la persona se encuentra con Dios, en una especie de evolución espiritual.
Muchos siguen este pensamiento porque parece más “racional”. Sin embargo, carece de toda racionalidad, y no es demostrable científicamente. Incluso las pruebas que pretenden alegarse no son más que elementos psicológicos que inventan situaciones pasadas mediante la sugestión o la autosugestión, lo cual carece completamente de elementos científicos probatorios. Simplemente buscan dar una explicación a esta vida y a la muerte, pretendiendo que habrá una “nueva oportunidad” de vivir, en contra de lo que el Evangelio consigna: sólo se vive una vez en esta vida, y por tanto sólo hay una oportunidad para alcanzar la Bienaventuranza.
Nadie tiene recuerdos de “vidas pasadas”, y mucho menos de una “cadena de vidas pasadas”, y pretendidamente en una vida se “paga” lo hecho en las anteriores, pero si esto fuera cierto, estaríamos obligados a cargar con las consecuencias de una vida pasada desconocida, algo que es inaceptable. Existen elementos gnósticos en esta concepción, que provienen de cultos mistéricos anticatólicos. La consideración del hombre como cuerpo y alma como dos elementos sin relación alguna entre sí, implica un desprecio por lo corporal, pero a la vez el alma pierde todo su contenido y se vacía en cada reencarnación, perdiendo todo aquello que la identifica. La persona, con una culpa en la vida, arrancaría otra con una sanción que no conoce para purgar hechos que también desconoce. En definitiva, este pensamiento de la reencarnación resulta antiracional.
Quien nace con un defecto, es señalado por quienes creen en la reencarnación como un ser que ha sido despreciable en alguna vida pasada, por el cual recibe el castigo en este mundo. La ciencia avanza a la vez que estas imaginerías retroceden: una mujer que no toma suficiente ácido fólico durante el embarazo, corre graves riesgos de que su bebé no forme adecuadamente la médula y nazca con problemas… ¿qué tendrá que ver entonces todo esto con la reencarnación? La ciencia desmiente hoy semejante atribución de culpas y responsabilidades.
Por otra parte, para los que creen en la reencarnación, cada hombre debe llegar por sus propias fuerzas a la perfección. Este pensamiento tiene un trasfondo del condenado pelagianismo. No es el hombre quien por sus solas fuerzas alcanza a Dios, sino Dios quien crea y se acerca al hombre, al punto de anonadarse y de nacer como un hombre para revelar cuál es el camino de la perfección, de la felicidad, de la Bienaventuranza.
La reencarnación niega que Dios tenga relación con el hombre, y pone todo el bien y el mal en cabeza de cada persona humana y de cada generación humana. Es más: en definitiva, la reencarnación niega a Dios completamente en el orientalismo, ya que el fin de la persona no es Dios que se comunica al hombre, sino la nada completa que aniquila al propio ser, en algo que mucho se parece al infierno; y en el caso de los occidentales, deforma la acción de Dios, considerándolo como el impulsor de un mundo del cual se desentiende y con el cual algún día al final de muchos padecimientos y dolores la persona se podrá encontrar, porque Dios es un absoluto desconocido en este mundo.
Los católicos creemos en la resurrección de la carne. No en la resurrección de los muertos, sino en que al fin de los tiempos el cuerpo se unirá con el alma de la cual se separó al momento de la muerte. Ese cuerpo formado del barro y que en polvo se convierte al morir, en la resurrección se une con el alma que le dio vida y toda su identidad.
El sentido del sufrimiento no es más que la unión al sufrimiento de Jesucristo por el dolor de los pecados humanos. Jesús dijo al ladrón arrepentido "Hoy estarás conmigo en el paraíso", no le dijo “cuando mueras te reencarnarás en un gobernador”. El sufrimiento tiene un sentido para el cristiano, y no es algo de lo cual se deba huir como espantado, o algo que provoque angustia porque no tiene solución. El dolor ofrecido a Dios ayuda a obtener la Bienaventuranza; el dolor convertido en resentimiento ayuda a ganarse el infierno, adelantándolo ya en esta vida.
Dice Hebr 9,27s.: "Y por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio, así también Cristo, que se ofreció una vez para soportar los pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud."
Dios tomó cuerpo en la Historia humana, y la Segunda Persona de la Trinidad es un hombre: Jesucristo, en un gran Misterio que escapa a la razón. Jesucristo es Dios mismo que se revela al hombre, y para ello funda una sola Iglesia, cuya cabeza es Pedro, para acompañar a cada persona con los Sacramentos, y para acompañar a cada sociedad en su conversión a Dios. Todo esto no tiene importancia para quien cree en la reencarnación, poniéndose por sobre Jesucristo en la pretensión de enseñar algo que no viene de Dios.
Dice Santo Tomás que no se puede hablar de "resurrección" si no se trata del mismo cuerpo (Summa Theologiae suppl., q.79, a.1). Es decir, la Resurrección que viviremos es la que Jesucristo ha mostrado con su Cuerpo Glorioso al presentarse a los Apóstoles después de su muerte. El Apóstol Tomás, quien dudara de que los demás hubiesen visto a Jesucristo mismo, fue invitado por Jesús a poner sus dedos en las llagas para comprobar que efectivamente y realmente se trataba del cuerpo de Cristo.
Quien muere cargando con pecados mortales, sin confesión, sin arrepentimiento y a quien la Misericordia de Dios no alcance por motivos que Dios conocerá, serán condenados al infierno. El resto salvarán su alma, pero como ante Dios nada impuro puede haber, las manchas de pecados serán borradas en el Purgatorio, a fin de que al momento del Juicio Final las almas sean dignas de entrar al Reino de Dios.
Finalmente, en toda la cuestión de la reencarnación se pone de manifiesto el racionalismo que se opone al sentido Sobrenatural en esta vida, que sabe reconocer la presencia de Dios, y que descubre su ausencia en el pecado. Nada hay que pueda ser mérito del hombre finito, cuyas acciones, incluso las mejores, si no están unidas a Jesucristo de nada valen.
Esta vida, que ha tenido un principio y que por tanto no es eterna, y la muerte que un día sobrevendrá, cuando el alma se separe del cuerpo, son la antesala de aquello que definitivamente y por siempre nos espera en la vida perdurable, que no tiene fin. Si es en el infierno, no tendrá fin el padecimiento; si es en la Gloria de Dios, no tendrá fin la Felicidad.
Nota:
El texto es inspirado en una nota sobre el tema publicada por fluvium, el cual goza de cierta heterodoxia en su contenido. La nota se titula “Esperar la felicidad en Cristo”, cuya autora es Jutta Burggraf
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