Por Edgardo Atilio Moreno
En el Nº 45 de la revista “La Fundación Cultural”,
se publicó un articulo titulado “La batalla de la Vuelta de Obligado y la
supremacía porteña”. Su autor, el recientemente incorporado a la Academia Argentina
de Historia, Roberto Azaretto, tiene editados varios libros; entre los cuales
se destacan “Historia de las fuerzas conservadoras”; “Ni década, ni infame”
y “Federico Pinedo, político y
economista”. Obras estas que, por sus títulos nomás, nos dan una idea del
pensamiento político de dicho escritor y de la escuela historiográfica a la que
adhiere.
En
efecto, Azaretto es un historiador tributario de la llamada Historia Oficial. Aunque
a decir verdad trata de disimular su filiación siguiendo la línea inaugurada
por Emilio Ravigniani con su Nueva Escuela Histórica. Es decir, toma distancia de los liberales mas extremos y
de la historiografía canónica que nos legara Mitre, Levene y compañía, sin
dejar de lado su ideología y su aversión por el revisionismo.
Esta
estrategia, que le permite a los autores liberales pretender ser mas ecuánimes,
honestos y abiertos, los habilita también para abordar temas que hoy por hoy
resultan imposible seguir ocultando. La trampa esta en que al hacerlo conservan
intacto el mismo enfoque antinacional de siempre; por lo que en definitiva la
postura es la misma, solo que matizada y camuflada.
Ciertamente,
en estos relatos ya no campean las mentiras más groseras de antaño, ni el odio
desembozado a la figura de Rosas; no obstante ello la historia que se nos
cuenta sigue estando al servicio de intereses foráneos y partidarios ajenos al
bien de la Nación.
Y es que el
eje de esta historiografía se ha desplazado. Ya no descansa tanto sobre el ocultamiento
o falseamiento de los hechos, sino más bien sobre los sofismas y los razonamientos
falaces. Es decir –y hablando más “científicamente”- las falencias más notorias
que ahora exhiben son más de índole hermenéutico que heurístico.
Conforme
a ello, el autor que comentamos, puesto en el brete de hablar sobre un tema que
es “caballito de batalla” del Revisionismo Histórico, recurre al ardid de minimizar
su importancia y hacer una interpretación falaz que no resiste el menor análisis lógico
ni historiográfico.
Así entonces,
en el articulo de marras, Azaretto nos advierte que “comparar, como lo hace Pacho O Donnell, los sucesos de 1845 con la
gesta de San Martín y el cruce de los Andes es ridículo”. Es mas, considera que la decisión de Rosas de hacer
frente a las incursiones extranjeras fue un “disparate”,
y que el general Mansilla solo aceptó ponerse al mando de las tropas de la Confederación por “el gran amor a su esposa”; Agustina
Rosas, la hermana menor del Restaurador.
Para mayores antecedentes agrega que Rosas ya había demostrado su “ineptitud” militar cuando hizo la campaña al desierto, pues en la misma “solo se cumplió la parte que le interesó a su provincia, dejando a las provincias cuyanas y a Córdoba con la indiada amenazando las estancias y poblados como antes.”
Luego -y
dejando de lado estos detalles menores-, Azaretto pasa a lo que más les importa
a los liberales, es decir, a cuestionar la política económica que llevó
adelante don Juan Manuel.
Así
sostiene que Rosas “montó un aparato
militar para someter a los pueblos del interior a la hegemonía porteña,
financiado con las rentas del monopolio portuario porteño”, y que “La
famosa Ley de Aduana no tuvo efectos en el interior y los aportes a las
provincias fueron mezquinos…”
Fundamentando
su concepción económica afirma “que el
progreso requiere la apertura de los mercados y la incorporación del mundo a la
producción”; y se pregunta si ¿es
nacional prohibirle a las provincias que utilicen sus puertos para exportar e
importar sus productos?
Finalmente, y para rematar su crítica afirma
maliciosamente que los intereses del Restaurador “están vinculados a los ingleses” y que “en su momento negoció el pago de la deuda por territorio, ofreciendo
el reconocimiento de la soberanía inglesa en las Malvinas a cambio de la cancelación
del empréstito contraído con Barings Brothers”.
Con las citas hasta aquí transcriptas basta ya para mostrar
que este artículo no es más que una repetición de los viejos lugares comunes
del antirosismo, y de los caducos sofismas
del liberalismo; más algún otro de renovado cuño. En consecuencia todo lo dicho
ya fue refutado prolijamente por los historiadores revisionistas. No obstante
ello, y a riesgo de ser tediosos, digamos lo siguiente:
En primer lugar, no nos sorprende para nada que el autor,
al igual que todos los adalides de la “Civilización” y el “Progreso”, insista
en hacernos creer que la acción del imperialismo -que se encubre con el
eufemismo de la apertura al mundo-, es en realidad una influencia benéfica para
nuestra Patria; lo que si indigna es que se sugiera que la defensa de la
soberanía que llevó adelante el Ilustre Restaurador fuera en realidad una
impostura, atento a que este tenia negocios con las potencias en cuestión.
Incalificable acusación formulada en contra un hombre que no solo no se enriqueció
en la función publica sino que por el contrario se empobreció merced a ella.
Ejemplos de cómo sacrificó su peculio por el Bien Común los hay a montones; aunque
la mentalidad crematística y egoísta de los liberales no los comprenda.
Para colmo Azaretto -en una concesión al marxismo- pretende adscribir a Rosas a
la oligarquía; entendiendo por oligarquía a la clase terrateniente; sin percibir que la oligarquía mas
que
Además no se entiende como desde el liberalismo se
puede criticar las negociaciones por el pago de la deuda externa, cuando son
sus representantes los principales gestores del sometimiento a la usura
internacional. Por otro lado, si bien Rosas se ocupó del tema, sin embargo no
pagó un solo peso a los usureros y es bien sabido que la oferta de vender las
islas Malvinas era al solo efecto de que el usurpador reconociera que no era el
legitimo propietario de ese territorio irredento.
La otra cuestión, es decir, la del supuesto
sometimiento de las provincias al gobierno porteño, realmente es antojadiza. Rosas,
a diferencia de los unitarios y los liberales, siempre respetó las autonomías
provinciales y nunca impuso por la fuerza gobernadores ilegítimos que le fueran adictos. Si así hubiera obrado, los
pueblos del interior no lo habrían respaldado cuando se enfrentó a la agresión
externa. Actitud esta que no solo se explica por el patriotismo de aquello
hombres sino también por que la política proteccionista de Rosas con su ley de
aduanas les garantizaba la prosperidad económica.
Además el Restaurador permitió a las provincias que manejen sus propias economías, que recauden
sus propios impuestos, y que dispongan
de sus propios recursos financieros; acudiendo en su ayuda cada vez que fuera
menester. Todo ello en armonía con el Bien Común de la nación; al cual también
se subordinaban los intereses legítimos de la provincia de Buenos Aires; no
como los unitarios que aprovecharon los recursos aduaneros en exclusivo
provecho propio.
Pero yendo a la hipótesis del articulo, es decir, a la
peregrina idea de que la batalla de Vuelta de Obligado carece de importancia
alguna; seamos honestos, no es Pacho O Donnell quien compara este hecho histórico
con la gesta de San Martín; es el propio San Martín quien lo hace cuando en
carta a Guido expresa que dicha contienda es “de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”,
manifestando además su deseo de ponerse al servicio de la Confederación que presidía
don Juan Manuel.
Y esto lo sabe cualquier aficionado a la historia
desde que el revisionismo difundió sus hallazgos historiográficos. Y decimos
desde entonces por que no es como dice Azaretto que siempre se enseñó en las
aulas la batalla de Vuelta de Obligado; eso es falso, nunca –antes del accionar
revisionista- escolar alguno escuchó hablar de aquella gesta y de su valor; por
el contrario solo se les inculcó dogmáticamente una retahíla de mentiras sobre
aquella época gloriosa.
Sin embargo este autor, en su afán de escamotear
meritos a Rosas aborda el tema obviando la postura que nuestro máximo héroe, el
gral. San Martín, tenía al respecto. Es mas tiene la osadía de calificar de disparate a la decisión de hacer la
guerra al invasor. Da la impresión que ignora que la
política y la guerra van de la mano, parece que desconoce el viejo axioma según
el cual la guerra es la continuación de la política por otros medios. Si su hermenéutica
fuera correcta comprendería que la decisión guerrera del Restaurador, en el
marco de su estrategia política, fue acertadísima.
Pero claro, el animus injuriandi nubla la
visión. Por eso pretende abonar su falacia trayendo a colación una supuesta
ineptitud de Rosas, demostrada ya en
ocasión de organizar la
Campaña al Desierto. Como si no fuera sabido que aquella
empresa tan necesaria, en la que don Juan Manuel puso tanto esfuerzo, quedó
incompleta no por su culpa sino por el sabotaje de sus enemigos políticos.
Y de esta crítica denigratoria no se salva
ni el bravo Mansilla. Azaretto lo hace marchar a la guerra por “obediencia
debida” a su esposa, cual si fuera un pobre “varón domado”. Por poco no dice
que la vibrante arenga que este pronunció al comenzar la batalla se la
obligaron a decir.
A estos extremos se llega en el afán de
ocultar que la batalla de Obligado marca un hito en el empeño de los argentinos
de ser una nación soberana.
Y aunque el resultado final de aquella
gesta demuestra que el plan de Rosas fue un éxito, nuestro historiador liberal no
se amedrenta y atribuye el fracaso de la expedición pirata a otras causas. Sostiene
que se debió a las dificultades en la navegación del Paraná, “pues es un río sin obras de dragado ni señalización”, y a que
las poblaciones tenían “poco poder de compra”.
Concluyendo que la batalla fue “un derroche de heroísmo”, es decir que se
luchó al cuete, igual que en Malvinas, “esa aventura
absurda hija del nacionalismo fascista”, según sus palabras.
Y aquí mostró ya la hilacha Azaretto. Efectivamente, como
se sabe impugnado y refutado de antemano arremete contra el revisionismo con el
gastado pero siempre efectivo recurso de vincularlo al nacionalismo fascista. Y
así dice que “el crimen del viejo
revisionismo es que dio sustento intelectual a las corrientes antidemocraticas,
pro militaristas y clericales que admiraban a países atrasados como la España y el Portugal de
Franco y Salazar”.
Ya Antonio Caponnetto en su monumental obra “Los críticos
del revisionismo histórico” refutó magistralmente este lugar común, así como
todas las acusaciones que lanzaron los enemigos del revisionismo; y probó mas allá
de toda duda que el revisionismo histórico argentino no necesariamente se
identifica con el nacionalismo, y menos con el fascismo, el cual es anterior e
independiente a el.
Además el nacionalismo católico jamás se manifestó
contrario a la verdadera libertad, o a la forma republicana de gobierno. Nunca
apostó al totalitarismo, y ni siquiera de la dictadura como forma permanente de
gobierno. Todo esto debería saber Azaretto si conociera los textos de los
autores revisionistas o al menos si se hubiera tomado el trabajo de leer la
silenciada obra de Caponnetto.
Pero no queremos terminar estas líneas con un autor
favorable sino con uno más del agrado de los liberales que sorpresivamente
hecha por tierra las pretensiones escamoteadoras de la verdad histórica de la Historia Oficial,
cosa que Azaretto niega. El mismo Juan Bautista Alberdi en sus “Escritos Póstumos”,
dirá: “En nombre de la libertad y con
pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento o Cía, han
establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la
leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo,
sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras,
ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de
excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje”. Y ese despotismo turco
en nuestra historia aun sigue vigente.
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