Señor
Director:
Permítame
que le comunique un episodio reciente, que quizás tenga interés para sus
numerosos lectores.
En la
Argentina nos jactamos de gozar de una libertad de prensa tan amplia que, a
veces, nos parece excesiva. Nos imaginamos que se puede escribir sobre todo,
especialmente sobre los frailes, el Papa, la Patria y Dios. Y cuando digo escribir sobre, quiero decir escribir contra. Y si alguien nos
afirmara que esa maravillosa libertad es sólo aparente, y que hay un poder
oculto que ejerce la más tiránica de las censuras, sin que el público lo
advierta, no faltaría quien le replicase indignado: ¡Tal poder no existe!
Y bien, yo
acabo de sentir la presión de esa mano, que desde la sombra maneja alguna de
nuestras libertades. Y voy a referir cómo.
Cierta
importante empresa editó algunas novelas mías, y me asignó, como derechos de
autor, determinado espacio en revistas de gran circulación, para anunciar mis
libros.
Publicó
algunos avisos de “El Kahal” y “Oro”, cuando, de pronto, un grupo de
anunciadores judíos le prohibió esa propaganda, so pena de boycott. Un aviso más
que publicara significaría su ruina, porque el 80% de la publicidad, base
financiera de esos periódicos, proviene de empresas estrechamente solidarias y
obedientes a las instrucciones del Kahal…
Ahora yo
preguntaría a los hombres prudentes, que me acusan de provocar el peligro judío,
con la misma ingenuidad con que el indio acusa al termómetro de provocar la
fiebre, si sospechaban que el Kahal controlase hasta los avisos de nuestros
periódicos.
Deseo dejar
bien establecido que yo no discuto el derecho con que estos señores dan o
retiran sus anuncios.
Me limito a
preguntar a los escépticos y a los que suelen espantarse de cuatro frailes
congregados en un convento ridículamente pobre, si no los inquieta un poco más
el saber que existe en nuestro joven país, una organización secreta y extraña a
la tradición argentina, verdadera peña de magnates, señores de las finanzas, y
más que todo dueños de orientar o de extraviar la opinión pública, por el
control que ejercitan sobre los periódicos y hasta los cinematógrafos y las
agencias de noticias.
Si para
cortar la publicación de un simple anuncio, este poder ejerce tan irresistible
presión, qué no hará para impedir que aparezca una noticia o que se escriba un
editorial, o para desencadenar una campaña de prensa que favorezca sus planes o
sus negocios.
El Kahal es
omnipotente por sus recursos y por la ciega disciplina de los factores humanos
que maneja.
En los
famosos “Protocolos de los Sabios de Sión” se dispone lo siguiente: “el que
quiera atacarnos con su pluma no encontrará editor” (Sesión 12)
Los mismos
que sostienen con palabras la falsedad de los “Protocolos”, cada día con hechos
nos prueban su verdad.
Una violenta
campaña de pasquines ruge en torno de mi nombre. Me atacan con las armas
habituales: la intriga y la calumnia, y me atacarían mucho más, si no temiesen
dar enorme resonancia al libro que quisieran aniquilar.
Aquí todos
(sin ninguna excepción) podemos
hablar de todo (con una sola excepción).
Podemos hablar de los alemanes y de los españoles; de los jesuitas y de los
musulmanes; podemos blasfemar de Dios y negar a la Patria, porque eso es ser
librepensador.
Yo tenía
delante de mí ese inmenso campo, para cubrirlo de tinta y de bilis. Y no lo
hice. En cambio quise tratar en un libro, sin injurias y sólo con citas de
grandes autores judíos, para que fuesen testimonio irrecusable de la peligrosa
política del Kahal, y eso no es lícito. Nuestra Constitución lo permite, pero
el Kahal lo prohibe.
Y aunque la
inmensa mayoría del país esté conmigo, y repita en voz baja, lo que yo he dicho
sin reservas, seré perseguido –según me anuncian-, hasta la quinta generación.
No me
inquieta. Soy argentino y estoy en mi Patria, en esta sagrada tierra sobre la
cual se fijaron hace 40 años los ojos inteligentes de Teodoro Hertzl, el gran judío,
que la nzó la idea de restaurar su nación y entrevió en la nuestra la futura
Palestina (L’État Juif, pág 94).
Por
poderosos que sean los recursos del Kahal y hábiles sus intrigas, no temo que
lleguen a hacerme extranjero en mi Patria.
Ellos
tienen centenares de millones. La lluvia y el sol argentinos están en sus
manos. Yo no tengo nada. He labrado materialmente la tierra; he dado a mi país
trece hijos; he escrito treinta libros, traducidos a casi todos los idiomas europeos,
inclusive el ruso, y me he negado a retirar el último, que ha aparecido en
buena hora.
Creo haber
cumplido con mi deber.
Agradezco
al señor Director la atención que se ha dignado prestarme, y lo saluda
atentamente
HUGO WAST
Buenos Aires, agosto de 1935.
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