jueves, 20 de agosto de 2009

¿'VIENTOS DE GUERRA' O CONVENTILLO?



Por Alberto Asseff*

Se ha agudizado últimamente, pero es ya inveterado que las reuniones regionales, sean Cumbres Iberoamericanas o de Sudamérica o del Mercosur, devengan en torneos retóricos vacuos. Exasperantemente vacíos.

No se aborda casi nada que interese de verdad a los pueblos o al destino estratégico de nuestra América. Para peor, en la reciente reunión en Quito, Hugo Chávez dijo sin ambages y carente del más mínimo rubor que "soplan vientos de guerra en la Región".

Un subcontinente plagado de anomias, morales y materiales, no puede jugar a la guerra y menos entre nosotros mismos. Es literalmente un desmadre criminoso. Tampoco puede hacer de cada cita un sainete.

Colombia padece desde hace cuatro décadas una infame situación: la guerrilla secuestradora llamada FARC. No digo 'narcoguerrilla' para no entrar en polémicas. Lo importante es otra cosa. Digo, sí, secuestradora porque esto es objetivo, indiscutible. Secuestra y cobra rescate. Es uno de sus medios de sobrevida. Y es por sobre todo una organización terrorista.

La FARC no nacieron de un repollo. Toda Colombia, menos los pobres, que siempre son los convidados de piedra, a quienes no puede exigírseles que respondan por las lacras que los involucran como sufrientes primarios, es corresponsable de que se haya engendrado ese monstruo guerrillero. Nadie, pues, es completamente inocente allí. Y toda Colombia, ayudada por nuestra América, debió y aún debe contribuir para que se imponga la paz.

Empero, la verdad es que la Región hizo poco y nada para auxiliar a Colombia y hasta se podría aventurar que Colombia hizo muy escasamente para autoayudarse. Más grave, es posible detectar complicidades. Aunque no concluyentemente probadas, hay indicios de que Rafael Correa y Hugo Chávez tuvieron - ¿tienen? - vínculaciones o connivencias.

No dimos opciones a Bogotá. El vacío - en física y en política - tiende a ser cubierto. Si no lo plasma la Región, otro lo hará. Ineluctablemente. Por eso el presidente Andrés Pastrana y Bill Clinton firmaron en 2000 el llamado Plan Colombia. 6.000 mil millones de dólares para artillar a Bogotá, dotándola del ejército más moderno de América del Sur, y supuestamente para sustituir cultivos de coca por otras actividades productivas.

Los resultados son penosos. El consumo de drogas en EE.UU. no cesa de crecer. ¿Cómo compadecer ese dato con el combate en serio al narcotráfico, origen del conflicto colombiano? Para colmo, el siempre presente complejo bélico industrial norteamericano hace lobby para que siga el Plan Colombia, prescindiendo de sus magros logros. United Technologies y otros pueden mostrar sus buenos balances apoyados por sus provisiones militares a Colombia. El 35% de los fondos del Plan nunca llegaron a Colombia. Fueron directamente a los proveedores norteamericanos. Así, la meta de reducir a la mitad la oferta de cocaína fue un fracaso rotundo.

Por otro lado, la respuesta de Chávez es echar leña - mucha - al fuego. Le cedió a Rusia la isla La Orchila para que realice ejercicios navales en el Caribe, compra a Moscú cada vez más armamentos y no puede disimular lazos con sectores de la guerrilla.

Sudamérica necesita darse su geoestrategia. Jamás la tendrá si convoca a su seno a las geoestrategias exógenas. La respuesta al enjuto resultado del plan Pastrana-Clinton no puede ser llamar a los rusos. Debió ser y todavía es tiempo, una propuesta alternativa de América del Sur, unida, unívoca, eficaz, práctica, exenta de altisonancias oratorias. Yendo al pan y al vino, frontalmente, con habilidad, con visión, con vocación de futuridad, como decía Ortega. La idea de la Defensa Sudamericana ya fue lanzada. Es momento para darle forma. Brasil la propone. Deberíamos asociarnos con entusiasmo.

Hicieron bien la Argentina y Brasil de colocar paños fríos a los calenturientos discursos de Quito. Y todos procedieron con sabiduría al convocar para el 28 de agosto, en Bariloche, a toda Sudamérica, incluido Álvaro Uribe, para celebrar un acuerdo de compromisos y garantías. Las siete bases de EE.UU. y especialmente la de Palanquero - y las otras - deben servir de verdad exclusivamente para combatir el lacerante narcotráfico y al terrorismo. Los aviones estratégicos C-17 bien podrían quedarse en EE.UU. ya que si el área de lucha contra la droga se limita a Colombia no se requieren allí aeronaves que pueden llegar hasta Río Gallegos. Una de las bases - Apiay - está a 50 km de la Amazonia brasileña.

¿Qué inmunidades tendrán los militares norteamericanos? No pueden abarcar a los delitos comunes. Esto también hay que precisarlo.

Nuestra América - como nuestra Argentina - clama por menos palabras y más realizaciones. Sobre todo menos iracundias y más concordancias. Menos crispar para encender rencores y dividir y más concertar la unión indispensable para erradicar los hondísimos males que nos abruman, desde la pobreza doméstica hasta la caricaturesca América del Sur que lo tiene casi todo dado para aunar fuerzas y esfuerzos y así construir una integración tan histórica como ejemplar, y, en contraste, se debate en pujas discursivas insoportables.

En Bariloche se ofrece la oportunidad de que los presidentes se apeen de la verborragia y sin incurrir en laconismos, inicien un tiempo orientador para nuestro subcontinente. Es decisivo que nadie pretenda aniquilar a Colombia y así el cónclave tribute a la asimilación del ese país hermano. El requisito es que se esboce, como mínimo, un proyecto común. Que debe ser antes que nada político y no como redondamente errado sostiene el candidato presidencial nacionalista uruguayo, quien dice sin rubor, que se opone a "un Mercosur político". Si no es político, ni existe ni existirá. Igual que UNASUR.

En el sur, la reunión debe alejarse de las proverbiales fogosidades. Esas que por lo huecas ya no conmueven ni a las ordenanzas que sirven café. Si algunos portan irascibilidad, recomendaríamos que opte por alquilar unos esquíes. La nieve lo tranquilizaría. El ardor habrá que ponerlo, por caso, para erradicar el mal de Chagas de toda la América del Sur. Mal que cuesta 14 mil vidas y pone en riesgo a 100 millones de gentes. Y que insume - para los enamorados de los números, a los que todos nos apegamos naturalmente - 8 mil millones de dólares anuales perdidos. Esta centena de millones de personas, ¿no merecería la atención de los derechos humanos, aquí y ahora?.

La opción es tragicómica: o el estremecimiento de la guerra o la parodia del conventillo.

Quizás, saturados del conventillo de nuestra política interna y sudamericana y de la belicosidad, nos decidamos a promover vientos de construcción para la memorable integración. Por ahora, siguen castigándonos los otros vientos.

*Presidente de UNIR

Unión para la Integración y el Resurgimiento

pncunir@yahoo.com.ar

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